Las dos libertades de Gdansk

De la Liga Hanseática al éxodo youtuber

Eduardo Remolins
5 min readJan 25, 2021
Fuente de Neptuno en Gdansk

En la historia de la humanidad todo evoluciona, pero algunas cosas parecen regresar. El auge de jurisdicciones de pequeños países como Estonia o Andorra, compitiendo con otros países europeos por la residencia de contribuyentes de altos (y no tan altos) ingresos, no es sólo un signo de los tiempos que vienen sino, inesperadamente, un regreso a épocas en las que la soberanía era compartida y a veces disputada por distintas instituciones.

Hace un año visité Gdansk, una ciudad portuaria del norte de Polonia que tiene una historia riquísima. Conocerla ayuda a entender el pasado y, quizás, el futuro.

Gdansk es famosa por haber sido la sede del sindicato Solidaridad. Los obreros portuarios agrupados en él, bajo la dirección de Lech Walesa, se rebelaron y lucharon en los años ochenta contra el régimen comunista de su país hasta contribuir decisivamente a su caída.

En el museo dedicado a esa gesta (y donde aún tiene una oficina Walesa, quien fue uno de los primeros presidentes polacos de la era post soviética), la tienda de souvenirs ofrece múltiples productos con la inscripción “Gdansk: donde nació la libertad”.

La ciudad tiene ese orgullo, sin duda, pero también una larga historia vinculada a la libertad, la tolerancia y el comercio libre.

Durante gran parte de la Edad Media, Gdansk formó parte de la Liga Hanseática, una confederación de ciudades libres creada por comerciantes germanos para asegurar las rutas y el intercambio en la cuenca del Báltico.

Joyería tradicional de ámbar en la histórica calle Mariacka

Tenían su sede en la ciudad alemana de Lübeck y una estructura de funcionamiento no demasiado rígida que les permitía, sin embargo, negociar con reyes y emperadores beneficios y derechos para comerciar en el norte de Europa y las islas británicas.

Muchas de esas ciudades, en realidad, nacieron a partir de colonos germanos que se establecían en lugares estratégicos y negociaban con los gobernantes de los diferentes países, el estatus de ciudades libres para sus enclaves.

Las ciudades como Gdansk (en ese momento con su nombre alemán Danzig), tenían sus propias leyes, una constitución y acuñaban su propia moneda.

No rendían cuenta a nadie salvo, por supuesto, al emperador, pero sin intermediación de ningún noble.

En estas ciudades (entre las cuáles se contaban la actual Brujas, Hamburgo y otras), se daba un grado de tolerancia religiosa mayor que en otros lugares, lo que suele ser natural cuando el objetivo principal de una comunidad humana es intercambiar bienes con el afán de generar riqueza.

Descansando en el puerto a orillas del Motlawa

El Báltico mostró, durante un período más o menos prolongado, las características de una especie de “Mediterráneo frío”, cruzado de rutas comerciales, intercambios culturales y esplendor económico.

De hecho, me resulta natural comparar estas ciudades libres con las ciudades estado italianas del Renacimiento como Venecia o Florencia, tanto por su forma de organización política (donde la burguesía tenía un peso decisivo), como el florecimiento económico y el desarrollo.

La Liga (que contaba con su propia fuerza militar), alcanzó un nivel de reconocimiento internacional que le permitió ser considerada casi como un igual por algunos países e incluso llegar a hacer la guerra con algunos de ellos, como en el caso de la guerra con Dinamarca en 1368.

La Liga Hanseática, así como algunas órdenes monástico-militares, como la Orden de Malta, son un ejemplo de manual de cómo en este largo período histórico, la soberanía (la capacidad de “mandar”), no recaía solamente en los reyes o emperadores.

Existían diferentes instituciones y organizaciones con esa capacidad, es decir, lo que mas o menos a partir de la Revolución Francesa hacen sólo los Estados nacionales: proclamar leyes, forzar su acatamiento y acuñar moneda.

Estos ejemplos históricos son usados por James Dale y William Rees-Mogg en su libro El Individuo soberano, para ilustrar lo que según ellos (que escribieron en 1997), podría ser el futuro próximo de la humanidad: un complejo sistema político donde el retroceso del poder e influencia de los Estados nacionales los ponen nuevamente en competencia con otros entes soberanos.

Reformas económicas socialistas. El humor en tiempos del Comunismo. Centro Europeo Solidaridad, Gdansk.

Dale y Rees-Mogg por supuesto están hablando de las posibilidades que ofrece Internet y lo que vislumbraban (con clarividencia), como las posibilidades que ofrece para el desarrollo de “espacios” económicos, fuera del control absoluto de los Estados (lo que incluye la capacidad cobrar impuestos y de imponer el uso de una moneda).

Preveían algo que ya se está dando, además, una creciente competencia entre Estados soberanos que ofrecerían a empresas y emprendedores (los “comerciantes” del siglo XXI), condiciones económicas mejores con el afán de atraerlos para que operen dentro de sus espacios y con sus reglas.

Es irónico que uno de los primeros y mejores ejemplos de este tipo de “competencia” para atraer emprendedores se haya dado en un país que en gran parte estuvo bajo el control de la Liga Hanseática y por lo tanto con una antigua tradición mercantil. Es irónico, pero quizás no es tan sorprendente.

El programa de eResidence de Estonia es uno de los intentos más transparentes por poner al país a competir con otros para ofrecer “servicios de soberanía”, leyes simples y favorables, impuestos limitados y facilidad de operación, para cualquier persona que desee crear y explotar negocios digitales “desde” ese país.

Este tipo de programas, a partir de 2020, se han multiplicado. No necesariamente como eResidences, sino como visas de residencia física, aunque en principio limitadas en el tiempo, para trabajadores remotos. Un trabajador remoto es alguien que cuenta con un empleo en otro país (que puede realizar vía Internet), es un freelancer digital o cuenta con algún tipo de empresa o ingreso online.

El caso más notorio, al menos en España, ha sido la lenta pero vociferada migración de los youtubers hacia Andorra, un país que los beneficia con tipos impositivos que son casi la quinta parte de los que pagan en su país de origen.

En un sentido es una transformación inédita. Un cambio global que se desarrollará durante años o quizás décadas y modificará la forma en la que funciona el mundo. En otro sentido es, simplemente, un regreso a los tiempos anteriores a la consolidación de los estados nacionales.

Es como dicen en el mundo de la moda: todo vuelve.

--

--

Eduardo Remolins

Expat economist writing about innovation and technology | Passionate about Future of Work, Creator Economy and Web3. linkedin.com/in/eduardoremolins